Una mujer grita algo
indefinido en la sala de espera. Me preocupa, porque nunca cargo amuleto. Sus
quejidos me recuerdan al mítico llamado de la Pitia. Me acerco. Al parecer es
una apendicitis. Descubro que se queja y chatea por el Facebook. Doy un paso más
y le pregunto ¿cuanto tiempo tiene en la sala de espera, que si ya la
atendieron? Me dice que llegó desde las cuatro y que ya se le acabó el dinero.
Continuo conversando y le digo que si ya se comunicó con su familia. Me responde que no tiene a quien recurrir. Me cuenta que
venía de una reunión familiar y que iba para Cuernavaca y que se bajó del
camión al pasar por el hospital. Ella sigue chateando en el Facebook. Le digo
que si se puede apoyar en alguien, que si le puede llamar a su mamá, a su tío,
que si es casada. Me responde que no, no se puede apoyar en nadie. Qué es
divorciada. Le sigo comentando que si podría recurrir a su expareja para
marcarle, la idea es sacarla de ese mal paso. Ni pensarlo, responde. Me
facilita el número del familiar donde es la fiesta. Me comunico. Le digo el
estado de las cosas. Promete venir. Es un hombre. Ella sigue chateando por el Facebook.
Sus gritos no se apagan. Sigue embelesada con su chat de Facebook (A manera de
celebración a "Historias Piteras" de Juan Carlos Fraustro.
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