miércoles, 18 de diciembre de 2019

Encinas y los 43

El subsecretario Alejandro Encinas no ha hablado mucho este año.
Encargado de algunos de los temas más sensibles del desastre que fue el pasado en relación con los derechos humanos ha sido discreto. Sabemos que anda en el campo, con colectivos buscando desaparecidos, por ejemplo, o en reuniones con la fiscalía y otros expertos en el caso de la noche de Iguala.
Hace unos días le dio una entrevista a Pablo Ferri, de El País, en la que dice, por ejemplo, que al hacer una revisión durante todo este año de las cifras de desaparecidos, la cuenta final podría ser treinta por ciento más elevada de la que pensábamos.
Pero tal vez la parte más interesante es cuando habla de la investigación sobre la desaparición de los 43 en Iguala. Ferri le cuestiona que a un año de creada la nueva comisión no hay una narrativa distinta que desmonte la del gobierno anterior. Encinas dice que sí la hay y regala un elemento nuevo:  
“…muchos no los hemos hecho públicos porque son parte de la investigación, pero te pongo un ejemplo. Hemos hecho el análisis de 80 millones de llamadas telefónicas, que se hicieron entre el día anterior a los hechos y los dos años siguientes. Hemos procesado para reducir a 160 mil llamadas, discriminando líneas clave y la forma en que se operaron. Eso nos ha permitido identificar dónde, cómo, cuándo y quiénes operaron en la desaparición esa noche. Y tenemos conclusiones claras: una, nunca estuvieron juntos los 43 estudiantes esa noche para que pudieran llevárselos a un solo lugar. Dos, los grupos que operaron en la desaparición no operaron juntos, fueron células que operaron en cuatro regiones distintas en un perímetro delimitado en Iguala y alrededores. Nunca hubo comunicación con los muchachos con ninguno de los grupos de sicarios. Y el peso de la operación en Cocula —donde está el basurero— fue marginal. Eso desmonta la verdad histórica. Llevamos 14 operativos de búsqueda, con información directa. No se han obtenido todos los resultados que queríamos, pero se van a obtener”.
El análisis de llamadas fue una constante petición del GIEI a la administración anterior.
Ahora que lo ha contado, no estaría mal que Encinas hiciera público ese análisis. Es nota.

@puigcarlos
Dic. 19, 2019. Diario Milenio.

viernes, 27 de septiembre de 2019

El Canto de Xipe

Todo había comenzado con la búsqueda de una vasija que contenía signos extraños. La pieza arqueológica tenía una especie de grecas negras y amarillas. Estábamos encumbrados en la montaña donde nos Xile y yo nos hicimos amigos. Con él me enteré de casi todo. Pensé que todo aquello era sólo marrullería, un chiste sin importancia. No lo tomé en serio hasta que salió la noticia por radio, los periódicos, la televisión. Algo terrible había pasado en un pueblo de Guerrero y habían “desaparecido” 43 estudiantes. Xile me había dicho: “todo lo verás cuando sea tu momento”. No sabía a qué se refería.

***

Nunca hice alpinismo, pero me gustaba vagabundear, perderme por ahí unos días, observar las estrellas, imaginar el origen de los pobladores de aquellas comunidades, buscar algún escondrijo, fumar. Tal vez desenterrar alguna moneda o dije perdido; nada extraordinario, hasta que nos conocimos. Por lo contrario Xile parecía un experto en antropología. Nadie nos presentó. Lo conocí un día andando por Paso de Cabras. Yo me estaba lavando la cara con el agua del río. Había pernoctado en un lugarcito de esos de postal y desde que había llegado me había encantado.  Me gustó acampar y dormir ahí. El agua estaba helada. Xile se acercaba silbando y sonriendo, lo vi con el rabillo del ojo, tenía rasgos de tarahumara, pero vestía casi como un esgrimista.
–Oiga, amigo, ¿está fresquecita el agua, verdad?
–Sí, está fresca. Le respondí.
No parecía un tipo con quién pudiera hacer amistad fácilmente. Yo era un poco menor que él, y pícaramente me pregunté dónde tendría él a su rubia acompañante haciéndole el desayuno.
–Qué anda haciendo por acá, amigo–. Continuó, mientras supuestamente ganaba tiempo para continuar su marcha.
–Intento llegar hasta donde comienza la nieve. Quiero ver como se oscurece el valle y sentir cómo el frío vence mis huesos.
–Pues se me hace que nos andamos acompañando –dijo, relajado–, justamente por allá tengo un negocito que no he terminado.
Sopló entonces por un silbato a los cuatro puntos cardinales. Me dio la impresión de que era un fanático de algún culto religioso.
Yo siempre viajaba solo, como lo recomendaban los manuales de campismo, y me dijo que él también. Quizá me catalogó como un mero universitario de veraneo, y mientras agotamos el café que quedaba por ahí cerca de la fogata, comenzamos a platicar, si bien como suele hacerse en esas ocasiones, incluso dando pistas falsas acerca de nuestras identidades, los verdaderos gustos, las reales preferencias; lo cual no impidió que al final nos reconociéramos sólo como dos seres solitarios, perdidos ahí entre la cobertura de aquel cielo, creyendo resolver algo de eso que  a cada uno preocupaba o atormentaba.  Mis razones derivaban de una casi enfermedad mortal: la nostalgia. Las de él, nunca pude intuirlas con seguridad.
Reemprendimos al fin la marcha:
– ¿Ya había venido por aquí? –, en una de esas, me preguntó.
–No, casi no conozco. Me gusta caminar, pero realmente sin llegar a algún lugar. Me interesa casi únicamente ver el valle mientras cae la tarde.
–Entonces lo llevaré a ese lugar que conozco, sígame; además, sirve que rematamos ese mi negocio…
– ¿Está lejos?
–Pues, algo…
No me simpatizó la propuesta porque yo no traía muchos víveres y él no venía siquiera bien arropado. En la montaña esos detalles pueden ser muy importantes. Sin embargo asentí.
–Nada más que me sostiene el paso, amigo, porque camino rápido. Si se me atrasa ahí le voy silbando, no se me vaya a perder–me dijo por primera vez ufanándose de sus destrezas.
Y mientras nos movíamos, ciertamente cada vez a mayor velocidad, me fue enseñando todo un catálogo de sonidos raros, que la verdad al principio no me preocupó mayormente clasificar. La charla se fue espaciando y volviéndose más fatigosa, hasta que se me perdió un tanto, tal como él me lo había advertido. Casi no podía seguirlo por entre algunos breñales, pero escuchaba sus muy diferentes silbidos que me animaban a seguirle. Fiu, fiú, fiufi… Me sentía como las cabras que avanzan siguiendo siempre la campanilla de su líder. No obstante, para entonces ya identificaba yo con todo acierto los silbidos de mi guía: cuál era el sonido de hacia izquierda y cual el de hacia la derecha; cuál el de ir con más cuidado y cuál el de acelerar aún más la marcha. Luego de un extenuante recorrido de casi cuatro horas, al final nos asomamos a una pequeña meseta virgen. Al parecer ningún alpinista tomaba esa ruta. Era la más peligrosa. Había apenas una especie de refugio incrustado entre las rocas. Nos adentramos dentro de aquella cueva donde al fondo sólo había otras formaciones de piedras, si bien al ras del piso había otras que  parecían haber sido colocadas con especial acomodo y hasta parecían labradas.
–Aquí es por donde le tengo que avanzar a mi negocito. Espéreme–me dijo, de lo más campante, y sin esperar ninguna réplica.
Se puso entonces a cavar, un poco por aquí, un poco por allá, donde ya tenía él algunas marcas, pero yo me dediqué sólo a mirarlo. Estaba cansado y además no tenía ganas de ayudarle. Poco después me encaramé a unas rocas, y ahí mientras fumaba alcancé a identificar algunas veredas lejanas y de pronto apenas unos puntos de colores que se movían avanzando; seguramente eran caminantes que bajaban o subían allá por  entre los lejanos pastizales.
Como ya caía la tarde me puse a montar mi tienda. El sol iba muriendo, el rojo de las nubes se perdía extenso sobre todo el bucólico paisaje… hasta que de pronto los gritos destemplados de mi acompañante me volvieron a la realidad:
– ¡Lo encontré, lo encontré; al fin lo tengo!–escuché que me gritaba, mientras se aproximaba con algo en las manos.
Era una vasija con grecas negras y amarillas.
–Hace tiempo que vengo buscando una pieza similar. Es única y hasta ahora nadie ha podido descifrar lo que significan estas grecas, mira…
–Aztecas o mayas no son–le dije.
–Tienen que ver con Xipe y su retorno; una leyenda que se cuenta por ahí, pero que casi se ha perdido en el tiempo.
Por demás satisfecho y orgulloso de su hallazgo, y todavía irradiando su alegría remató:
–En la primera oportunidad se lo llevo a los antropólogos.
–Pero ¿no te lo vas a quedar? Bueno, como quieras…– asentí también contagiado por su alegría.
Aquella noche, luego de quemar copal en la vasija recién hallada, y de orar frente a ella, Xile me contó atropelladamente algunas cosas. Me dijo que Xipe tenía la misión de retornar de vez en vez por alguien muy importante. Ese alguien no era de esta región, sino que venía de un lugar sagrado. Todo ocurriría en un lugar donde las brújulas se vuelven locas; una carretera larga de esas que hacen dormir a los traileros.
Acto seguido, Xile comenzó a entonar sus consabidos silbidos, pero ahora con un sonido muy ligero. Fiu, fiu, fiu.. Hasta que comencé a quedarme adormilado. Lo último que oí fue que comenzaba a entonar una canción:

“Hay un hombre sin rostro a un lado del bronce.
Es el hombre sin cara, el hijo de Xipe,
Él salvará naciones, florecerá en conciencias, hará nacer semillas en la tierra y en el viento.
Él volará muy lejos y traerá nuevos frutos a la tierra.
Ven con Xipe, ven, hombre de estos tiempos, ven hombre semilla; deja que Xipe te desnude de tu nombre con sus dulces melodías para que la tierra sea otra vez amada.
 Ven con los hombres de bronce y regresa con Xipe”

En medio de esa música, alguien salió de un lugar o debajo de algún lugar.
–Soy Xipe y vengo a que me ayudes.
Era un hombre fuerte, una especie de guerrero águila.
–-Estoy aquí para servir tus mandamientos divinos, señor–, contestó Xile.
–Vengo por mi hijo.
–Ha llegado el momento…
De entre los matorrales salió entonces un perro calvo y muy desproporcionado, el cual, a medida que se acercaba fue aumentando de tamaño.

***

– ¿Te subes o no? Me dijo el trailero.
Esa noche viajé con aquel señor todo serio. La carretera se hacía eterna y sólo nos mantenía despiertos lo que escuchábamos por la radio. Entendía que habían tiroteado un camión de pasajeros donde viajaban unos futbolistas, habían asesinado al conductor y al entrenador.
Al otro día, al asomarme a los periódicos vi la foto y el relato del muchacho que había amanecido desollado. Quien alguna vez tuvo un nombre, ahora ya no tenía ningún rostro. Todo él era una manchada máscara roja, sanguinolenta, terrible. Quedó tirado en esa calle, solo, o abandonado, como un despojo. Según algunos peritos la fauna local le había carcomido el rostro.
A mis espaldas oí algunos silbidos que me recordaron a los de mi guía, y sólo hasta entonces relacioné el suceso con aquella otra noche en que había conocido a Xile y mi extraño sueño final.
“Hombre sin rostro” Xipe regresaría por alguien, el tráiler y la infinita carretera…

***

Está abandonado a media calle. La noche es oscura. Todavía se escuchan fogonazos y ruidos en las calles. Hay gente corriendo.
Por la tarde Julio César acompañó, a querer o no, a sus compañeros normalistas. Querían conmemorar, como siempre hacían, el dos de octubre en la ciudad. En el camión que habían tomado “de manera pacífica” iban embromando al chofer y cantando consignas contra el gobierno. Reían o fingían de pronto el ruido de una ambulancia con sus voces cuando los rebasaban otros autobuses. De pronto hubo ráfagas, gritos desordenada desbandada…
Está tirando en esta calle. Su corazón ya apenas late. Tiene frío. Algo profundo le hace sentir que lo más grave le ha pasado y no tiene a quién llamar. Aún siente sus pies, aún siente sus manos, aún siente su cabeza, pero no logra quitarse esta sensación de qué algo aún más terrible está pasando. Piensa en su padre enojado y luego atormentado porque no llegará nunca más a casa.
Ese maldito agente le toma la fotografía de pie a las afueras de donde se encuentra tumbado. Siente ganas de llorar, piensa en su madre que se quedará sola, piensa en su mujer, piensa en su hija, pero no hay más lágrimas en sus ojos. Ya no brotan.
Un animal se le acerca queriéndolo olisquear. Trata de asustarlo, pero al querer levantar la mano ésta esa no responde. Le ve las patas; le encuentra tres dedos retorcidos. No es normal. Teme que lo muerda y hasta que lo devore. Ve al perro después otra vez lejos de él. Es negro y sin pelo, sólo tiene pelos absurdos y despeinados en la cabeza. Caricatura de perro. Se siente aliviado. Respira.
Escucha ahora una fuerte voz y un aullido. No sabe si el perro lo ataca o lo defiende, pero el enorme animal regresa y se recuesta a su lado.
Se habla a sí mismo: “cálmate, respira… no te dejes vencer, Julio César”.
Oye otro grito desgarrador en medio de ese barrio gris y luego otro más. Disparos, gritos de auxilio, pero nadie escucha su propio llamado. Duda de que lo haya pronunciado. El perro nuevamente se pone de pie. Deja una huella de calor cerca. Su dolor es profundo. Algo se aproxima. El cánido comienza a mover la cola. Chilla como reconociendo a alguien.
–Aquí estoy vengo por ti– soy Xipe.

***

Un hombre gordo, con ropa de vestir y un chaleco rojo lo tiene agarrado de la solapa.
–Ahora sí te vas a morir, cabrón. Por andar robándote lo que no es tuyo.
Varios uniformados previamente lo tenían maniatado.
–Agáchate, cabrón, que te vas a morir– vuelve a gritar el gordo del chaleco y le escupe la cara– con que tienes muchos güevos…
Otro que parece el jefe comienza a dar órdenes a todos:
–Quiero me traigan la cabeza de todos esos muchachitos idiotas o que les partan su madre.
Sube a una camioneta blanca, arranca y se va.
–A los que apañen vivos me los mandan con El Patrón.
Julio César no se puede mover más.
–Agáchate, pendejo… sólo alcanza a ver todo borroso.

***

–Soy Xipe y vengo por ti– vuelve a escuchar.
–Debe haber un error no te conozco. No conozco a ningún Xipe.
–Eres parte de una leyenda, muchacho. Vengo por el hombre sin rostro.
–Yo sí tengo rostro. ¡Me llamo Julio César!
– Me dijeron que te encontraría junto al bronce, pero no fue fácil saber quién eras porque el bronce ya no está. Alguien se lo ha robado… Lo que aún no comprendo es por qué la canción decía: “Él salvará naciones, florecerá en conciencias, hará nacer semillas en la tierra y en el viento. Él volará y traerá nuevos frutos a la tierra…”

***

Sigo leyendo el periódico y no sé si lo que veo lo estoy leyendo o imaginando. Sudo frío. Incluso tengo la duda de si yo también estoy vivo o estoy muerto. Por una parte veo al hombre con penacho, su arco y sus flechas y por otro a los patrulleros.
–Pero, cómo puedo estar muriendo y a la vez naciendo– se dice Julio César.
Al fin el gordo se acerca al joven desmayado en el piso y saca un cuchillo que trae entre su chaleco. Le comienza a cortar por la frente. El dolor de la mordedura es filoso. Julio apenas y si siente la sangre que corre por su cara.
La sombra amable lo llama por su nombre:
–Eres también mi hijo Julio César. – Le habla como si estuviera en la intimidad y ninguna fuerza humana pudiera ya tocarle.
Julio se atreve una vez más a abrir los ojos y se ve a sí mismo mientras esos horribles seres se ríen, en tanto alguien despelleja su rostro. Por último, uno de ellos le da una patada en la espalda y le dice.
–Ni modo; ya te tocaba, son órdenes.
Ve por última vez la masa informe que es su cuerpo tirado en aquella madrugada.
Xipe, sin embargo, lo consuela y le murmura:
–Has terminado tus pasos sobre la tierra. No debes estar triste. Vuelves a formar parte del universo. Siente el poder de traer luz y flores a esta nuestra tierra sagrada.  Aunque tus padres te han hecho un pequeño altar, a donde vamos vivirás por siempre. Muchas cosas se dirán de ti, el último hijo de Xipe, el descarnado.

***

Recuerdo que al otro día, cuando nos despertamos en la cueva, le pregunté a Xile por el perro que se había acercado a nosotros durante la noche.
Xile sólo sonrió. Y me dijo:
– ¿O sea que tú también viste al nahual?
Fotografía: Yuri Valecillo.

jueves, 14 de febrero de 2019

miriam ventura journalism: Caribeña y antillana hasta los huesos

miriam ventura journalism: Caribeña y antillana hasta los huesos: Maurice Rupert Bishop Por Miriam Ventura Los pintores siempre nos dan su versión del Caribe y suele ser hermos...

miércoles, 9 de enero de 2019

PENSAR JOVEN

Ya en un artículo anterior, hace algunos años, en una publicación para nuestra revista en la universidad, revista "Datura", que vendía  más ejemplares que Letras Libres en ese momento, había tocado el tema sobre nuestra sociedad mexicana. Estaban las elecciones en un máximo apogeo. El candidato era AMLO y el de la derecha Felipe Calderón. En ese artículo trataba de argumentar que nuestra sociedad se encontraba en su adolescencia. Nuestro país había dejado de ser infantil y que ahora entraba en su crisis de joven rebelde.
 
Cuando era un niño había un comercial de televisión que me gustaba. Este anuncio era un avión que despegaba y una vez hecho esto se corrían unas persiana. Al vuelo de este, una voz engolada decía: Esto es pensar joven:


Hay palabras que tienen cierta positividad una de ellas es "transformación". En el escenario del comercial aparecía un vaso en un escritorio y una mano masculina. Se podría decir que "algo": como la mano del director general servía el agua dejándolo a tres cuartas. Después preguntaba: "¿Ves un vaso medio lleno o medio vacío?" Yo creo que una transformación tiene "per se" una polaridad positiva, no negativa. La negativa, es más o menos como que si un humano "sapiens" se convirtiera en un "pitecus". Por lo que detallar esa transformación es tiempo perdido.
La positiva: un niño se convierte en hombre ¿Qué hace diferente a un niño de un adulto? Según Freud, la transición de las diversas fases hasta llegar a la más importante: la identificación. El niño o niña quiere ser como su maestro o como la artista, comienza a reconocer las normas sociales: las luces del semáforo para cruzar la calle, la hora de irse a dormir, saludar, etc. 

Fisiológicamente se le desarrolla el lóbulo frontal. En ese lóbulo es donde anida el remordimiento, la noción del bien y el mal y las normas sociales. La transformación del adolescente en hombre.
 
¿Qué le pedimos a "sapiens" de esa transformación?:  Ver el vaso medio lleno, eso es pensar joven, pensar positivamente.
"No compro gasolina que no necesito, no revendo, no oculto." Respeto las normas de convivencia. Trato de ser un buen ciudadano. 

Eso es pensar joven, pensar positivamente.



 
Tomás Cole, el viaje de la vida.