martes, 16 de enero de 2018

16 enero 2018

Un hombre solo, camina entre los árboles, y no sucede nada,
pero para él  es un día más entre los días crueles del invierno.
No le agrada nada sentir el cortar de la hojarasca seca porque
que hiere sus mejillas.
El vientecillo es lo que corta-- piensa, mientras sus zapatos pisan
unas hojas rojizas y largas.
Un hombre solo, va caminando entre los pastizales y no sucede nada,
él va, solo, y algo en su mente ha sucedido, ha encontrando el dulce sentido
de su vida: Ella, es mujer. Él, hombre.

Un hombre solo, filosofa, sueña:
Tallamos el destino de nuestras inseparables vidas con nuestras ideas, con nuestros brazos, con nuestras caricias.
Buscamos veredas todo el tiempo entre la grisura del camino,
veredas que nos enseñan a soñar, a ser visionarios
a dejar una parte de nosotros en una pequeña hoja de papel,
en tus mágicos ovarios
en un pequeño hijo
en una modesta maquina labradora
en un suspiro,
en un recuerdo de un beso entré el
nacimiento de tus minúsculas montañas
como
limones recién cortados en abril.
Así, el hombre solo, que camina una mañana en una vereda fría se da cuenta, como 
es suficiente para transformar el mundo, ser un hombre y ser una mujer.
Regresa a su trabajo. Ya lleva la pequeña máquina de futuro encendida.


"El caballo que andaba buscando", fotografía de Juan Carlos Cota Orduño, El extraordinario, desde el granero de México.

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