"A veces te toca ser el aguafiestas. Y te toca porque es necesario echar agua en la fiesta. No es por gusto. Ni es agradable saber que tendrás que decir lo que la gente no quiere escuchar. Yo sentí que era mi deber y me siento tranquilo.
Era la presentación de un bello proyecto, el del libro de perfiles de los 43 normalistas. La premisa básica fue contar sus historias como las de quienes siguen vivos, porque mientras no se demuestre, seguiremos al lado de los padres en su demanda de presentación con vida.
Pero alguien permitió que ese proyecto fuera parcialmente secuestrado por un cruzado del dogma de la Verdad Histórica, uno que dedica el prólogo, desde el primer párrafo del libro, a asegurar que, como sentenció Murillo Karam, los 43 normalistas fueron incinerados en una pira improvisada en el basurero de Cocula. Y nadie más lo denunció. Era mi turno de hacerlo.
Me advirtieron que no era buena idea. Que la gente no había leído ese prólogo y a fin de cuentas, era la fiesta de los que hicieron el libro, acompañados por sus amigos y familiares. Que seguramente no iban a entender lo que yo iba a decir, o que aunque lo entendieran, no les iba a gustar porque a final de cuentas, era su fiesta.
Y que era meterme con alguien del grupo Nexos.
Sigo creyendo que no se vale que 66 personas hagan un esfuerzo lleno de amor para los padres y las madres, diciéndoles que sus hijos siguen vivos, y que en la segunda línea del libro, Héctor de Mauleón les diga en los términos de un sicario que a sus hijos “los hicieron polvo y los echaron al agua para que nunca los encuentren”. Que insista en que los quemaron en el basurero de Cocula y que los arrojaron en bolsas a un río, sobre todo ahora que se ha confirmado que todo eso es falso.
El 6 de septiembre, 17 días antes de la presentación de este libro, vimos a los familiares en el mismo sitio, sobre la misma plataforma, expresando su indignación después del informe de los expertos de la CIDH: durante 10 meses les habían dicho mentiras y los habían tachado de necios intransigentes porque no aceptaban el dogma de la Verdad Histórica de Murillo Karam, y ese día, se habían visto reivindicados antes los ojos de México y del mundo: siempre habían tenido razón.
Pero hoy vi a Héctor de Mauleón engañando a la gente, haciéndole pensar que él también es Ayotzinapa, sin decirles nada de lo que ha estado publicando en estos días en su columna: que la Universidad de Innsbruck desmiente el informe del GIEI, que el sicario El Gil declaró que él había dado la orden de quemar a los chicos, cuando en realidad ni El Gil se autoinculpó (dijo no saber nada) ni el último reporte de Innsbruck tiene implicación alguna sobre el del GIEI (al final incluyo las ligas a los artículos donde he tratado esto).
Están manipulando las cosas, hay una campaña montada por la PGR y Gobernación para desacreditar a los expertos, al perito Torero y al informe, porque su trabajo ha desmoronado la Verdad Histórica. Y en un libro hermoso que no se doblega ante la Verdad Histórica, alguien puso a un cruzado del dogma de Murillo Karam a escribir el prólogo.
De Mauleón puede decir lo que quiera, no hay límites a su libertad de expresión, tiene una columna en un diario nacional y es subdirector de una conocida revista mensual. Se ha dedicado a defender la versión de Murillo Karam. Lo que le pregunté fue si no podía haber reservado sus versiones para publicarlas en sus espacios, y mostrar respeto por los padres y las madres de los 43, que al abrir el libro sobre sus hijos lo primero que leerán serán las supuestas palabras de un sicario alegando que los hizo polvo, y por los 66 participantes del libro, o por muchos de ellos que participaron creyendo que defendían la posibilidad de la existencia de los muchachos y cuyo trabajo —solidario y generoso— acabó siendo antecedido por un señor, cuyo nombre es el único que parece en la portada, que dice que no es cierto, y que sin bases afirma que ahora son cenizas.
Algunas personas me aplaudieron. No muchas. Pero un tipo que, según me dijeron, se llama José Luis Tapia, trabaja en Récord y es uno de los editores del libro, se acercó agresivamente a gritarme que me callara y a acusarme de tener problemas personales con De Mauleón, y no se contuvo hasta que una bella señora de cabellera blanca se interpuso, tomándome del brazo, para agradecerme lo que había dicho.
De Mauleón no tuvo el valor de sostener sus argumentaciones públicas ahí. Buscó darle la vuelta, aseguró que yo no era un buen lector porque no había captado que, por ahí, en su prólogo, consignó la frase “según la información disponible”. Mentiras, porque desde noviembre hay cuestionamientos fundamentados sobre la hipótesis del basurero, y porque deliberadamente ignoró en su relato la presencia del Ejército y de la Policía Federal, a pesar de que también era bien conocida cuando escribió su texto. La suya es la versión que limita las responsabilidades a políticos, policías y pandilleros municipales: no le toques a nadie más.
El estilo de De Mauleón, cuando no tiene argumentos, es la descalificación. El tal Tapia me acusó de tener problemas personales con él, pero en realidad, el primer intercambio en la vida que he tenido con De Mauleón fue una breve discusión en Twitter hace una semana, en la que fue incapaz de explicar su postura y recurrió a truquillos, como acusarme de ensuciar a la UNAM sólo porque no me trago lo que dice un peritaje atribuido al Instituto de Biología y elaborado en realidad por un empleado de la PGR.
A De Mauleón le gusta, es uno de sus trucos, hacerse la víctima. Se hace el que dice las cosas duras que incomodan al orden establecido, cuando lo que hace es defender la Verdad Histórica, un dogma que no se podía cuestionar hasta que lo derrumbaron los expertos del GIEI. Me acusa a mí, de hecho, de ser el perseguidor de su rebeldía, cuando lo suyo es defender al gobierno.
Hoy me acusó, además, de querer llamar la atención, y de estar “obcecado” y “obsesionado” con él. Y al final, recibió el aplauso general, en contraste con el aplauso moderado que sonó cuando yo terminé.
Hoy me acusó, además, de querer llamar la atención, y de estar “obcecado” y “obsesionado” con él. Y al final, recibió el aplauso general, en contraste con el aplauso moderado que sonó cuando yo terminé.
Ni modo, en esa fiesta, yo llevaba el agua. Algunas personas se acercaron a expresar apoyo, incluidas algunas que estaban en el pánel de la presentación. Pero el ambiente en general no fue amigable.
Yo siento que hice lo correcto. Y después de recibir los mensajes de algunos de los editores, me siento en posición de preguntar: ¿a quién se le ocurrió que era buena idea presentar un regalo para las madres y los padres de Ayotzinapa, con una tarjeta que dice “a sus hijos los hicieron polvo y los echaron al río”? ¿A quién?
La mayor parte de las personas que estaban ahí no habían leído el prólogo cuando hablé. Espero que ahora lo hagan y se den cuenta de qué fue lo que pasó. Incluidos los editores.
Hoy no fui a ganar amigos. Ni mucho menos a llamar la atención: a nadie le gusta quedar en minoría, ser reprobado. Ahora hay más gente a la que no le gusto, incluso algún enemigo, parece. Pero hice lo que pensé que me tocaba hacer. En mi conciencia, estoy a gusto." Publicada en Facebook el 24 de septiembre del 2015.
(Fotografía: Yuri Valecillo)
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