Sabes, esto no te lo he confiado, nena,
un día me preguntaste cómo me había hecho esta cicatriz en mi boca,
y me besaste presurosa
pero hoy no voy a cantarte de esto cariño,
ahora en este inmenso precipicio de angustia que me rodea
voy a susurrarte de cuanto caminaron tus padres y los míos
para llegar hasta este monte, antes verde,
que es un vestido de novia para la ciudad.
Sé que todas estas cosas que me pasan te preocupan, cariño,
pero no puedo dejar de pensar en ellas.
Ahí alimenté mis pulmones con risas de amigos de infancia y hermanos,
Con ellos pude compartir agua de sus manos.
Cuando descansábamos desde la pirámide
nos colgábamos de los troncos
y veíamos los pinos pequeños he inventábamos que era el cielo,
si queríamos, podíamos brincarlos como plebeyos.
Sin descubrirte aún,
ahí estaba dibujándote con la dulce melodía de tu perfume.
Desde esa lejanía un triangulo geográfico
entre un manto extenso y una ciudad sagrada
serían los paréntesis de las aromáticas cascaras de tus besos.
En esta estrella escuchaba la bella lectura de tus ojos,
amigos, sed y alimento.
El encuentro de dos flores,
un jazmín y una simple florecilla silvestre
unidas por el rito solar hizo que tu seas mi casa.
No lo sabes, cariño, pero el mundo es tan pequeño,
quien sabe cuanto han caminado nuestros padres,
para que tú y yo fuéramos posibles.
Ahora nos tocamos con nuestras manos enlazadas.
No me cansaré de decirlo, nena, que inmensa fortuna hemos tenido,
cuanto caminaron nuestros padres para que este monte sea nues tra casa.